No se trata de una simple cuestión semántica ni de una elección arbitraria. El significado que se da a la palabra “egoísmo” en el lenguaje popular no es meramente erróneo; representa una devastadora tergiversación intelectual, que es responsable, más que cualquier otro factor, de la paralización del desarrollo moral de la humanidad.
En el uso popular, la palabra “egoísmo” es sinónimo de maldad, la imagen que evoca es la de un bruto sanguinario capaz de pisotear un sinnúmero de cadáveres para lograr sus fines, que no se preocupa por ningún ser viviente y que solo persigue la satisfacción de caprichos súbitos e insensatos.
Sin embargo, el significado exacto de la palabra egoísmo y su definición de acuerdo con el diccionario es: La preocupación por los intereses personales. Este concepto no incluye una calificación moral; no nos dice si la preocupación, sobre lo que a uno le interesa, es buena o mala, ni qué es lo que constituye los intereses reales del hombre. La respuesta a esa pregunta corresponde a la ética.
La ética del altruismo ha creado, como respuesta, la imagen del bruto para lograr que los seres humanos acepten dos dogmas inhumanos: a) que ocuparse del interés personal es malo, sea cual fuere tal interés, y b) que las actividades de ese bruto son, de hecho, de interés personal (al cual debe el hombre renunciar, en favor de su vecino).
Existen dos cuestiones de moral que el altruismo reúne en “un solo paquete”: 1) ¿Qué son los valores?, 2) ¿Quién debe ser el beneficiario de los valores?. El altruismo reemplaza a la primera por la segunda: elude la tarea de definir un código de valores morales y deja así al ser humano, de hecho, sin guía moral.
El altruismo declara que toda acción realizada en beneficio de los demás es buena y toda acción realizada en beneficio propio es mala. Así resulta que el beneficiario de una acción es el único criterio de comparación del valor moral de ésta, y mientras el beneficiario sea cualquiera, salvo uno mismo como actor, todo está permitido.
De ahí la espantosa inmoralidad, la injusticia crónica, la grotesca duplicidad de los valores, los conflictos y contradicciones insolubles que han caracterizado a las relaciones humanas, así como también a las sociedades humanas, a lo largo de la historia, con cualquiera de las variantes de la ética altruista.
Obsérvese la indecencia de lo que hoy en día se considera juicio moral.
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Dado que la naturaleza no provee al hombre de una forma de supervivencia automática, ya que debe mantenerse con vida mediante su esfuerzo personal, la doctrina que dictamina que es malo preocuparse por el interés personal, significa en consecuencia, que el deseo de vivir es malo, que la vida, como tal, es mala. Ninguna doctrina podía ser más malvada que ésta.
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Para oponerse a una maldad tan devastadora, es necesario rebelarse contra sus premisas básicas. Para redimir tanto al hombre como a la moral, hay que redimir al concepto de "egoísmo". El primer paso es afirmar que el hombre tiene derecho a una existencia moral racional, es decir, reconocer su necesidad de un código moral que guíe el curso y la realización de su propia vida.
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La etica objetivista sostiene que el actor siempre debe ser el beneficiario de sus acciones y que el hombre tiene que actuar en favor de su propio interés racional. Pero su derecho a actuar así deriva de su naturaleza de ser humano y de la función de los valores morales en la vida humana.
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Así como la satisfacción de los deseos irracionales de los demás no es un criterio de valor moral, tampoco lo es la satisfacción de los deseos irracionales de un mismo.
Ayn Rand – La virtud del egoísmo (1961)