Los efectos psicológicos de la desigualdad

De Voces y Opiniones por Oswaldo Medina de Semana Económica (16.03.18)

La desigualdad tiene efectos que van más allá de la carencia económica. El status de la persona es trascendental, afirma Oswaldo Molina, director de la maestría en Economía de la Universidad del Pacífico.

Imagine que usted tuviese que elegir entre dos opciones:

- Ganar una cantidad determinada de dinero al año, pero que todos sus compañeros o referentes ganasen más que usted por una proporción importante; o,

- Ganar una cantidad menor que en la opción anterior, pero que sus compañeros ganasen incluso mucho menos que usted. Deténgase un minuto y piense qué preferiría.

Aparentemente uno debería elegir la primera alternativa, pues representa una mayor posibilidad de consumo; sin embargo, esto no necesariamente es así. Esta disyuntiva fue justamente la que se les planteó a alumnos del MBA de una reconocida universidad norteamericana y sorprendentemente prefirieron la segunda opción (ganar menos dinero, pero estar relativamente mejor). No podemos dejar de notar cuán importante es para las personas el status, la posición relativa que tienen en la sociedad. La desigualdad es entonces un tema fundamental, no sólo para aquellos que sufren carencias económicas.

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Precisamente con el sugerente título The psychology of inequality, Elizabeth Kolbert, premio Pulitzer 2015, escribió hace algunas semanas en The New Yorker sobre los estragos que la desigualdad puede generar en las personas, incluso por encima que la misma pobreza. La autora sugiere que buena parte del daño producido por ser pobre viene de sentirse pobre. Como han resaltado ya algunos autores, llama la atención, por ejemplo, que los pobres en Estados Unidos se comporten de manera semejante que aquellos de países en desarrollo, aun cuando los primeros son mucho más ricos que los segundos. Posiblemente esas similitudes en el comportamiento vienen del hecho de que ambos se ubican en los percentiles más pobres de la distribución de ingreso (y de que lo saben).

En el artículo, Kolbert hace mención a un interesante experimento llevado a cabo en California —uno de los Estados más ricos de los Estados Unidos— por cuatro académicos de Berkeley y Princeton. El experimento es simple: dividen en dos un subconjunto de empleados de la Universidad de California y le envían a uno de los grupos un correo informándole sobre la existencia de una página web en la que podían encontrar los salarios de todos los empleados de dicha entidad. Luego, unos pocos días después le envían otro correo, esta vez a los dos subconjuntos, preguntándoles sobre satisfacción laboral e intenciones de búsqueda de empleo. Los resultados son particularmente interesantes. Aquellos trabajadores que reciben la información y que ganan menos, se sienten muy insatisfechos con su trabajo y están interesados en buscar otro; pero, contrario a lo que se podría esperar, aquellos que en cambio ganan más que sus compañeros no experimentan ninguna satisfacción. Esto podría sugerir que, cuando se refiere a la desigualdad, sus efectos se concentran en aquellos que se sienten relegados y que finalmente, como señala la autora, “no existen verdaderos ganadores, y sí, una multitud de perdedores”.

Compararse parece ser algo inherente a nuestra naturaleza. Cuando se piensa en desigualdad, inmediatamente lo asociamos a carencias económicas. Sin embargo, los efectos psicológicos de la desigualdad están en todos los ámbitos de nuestro accionar y en las relaciones que construimos en el hogar, la oficina y otros círculos sociales. Tengámoslo en cuenta tanto cuando diseñamos los incentivos en las oficinas, como cuando delineemos acciones en los programas sociales que puedan estigmatizar a los beneficiados. Y más importante, cuando tengamos la tentación de mirar al lado, recordemos que el jardín del vecino siempre se ve más verde.

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Mi opinión

Nuestra condición humana innata nos impulsa a ir buscando, no solo la aceptación de los demás (analicemos la intencionalidad inherentemente humana en Facebook), sino que vamos más allá, buscamos sentirnos definidos mediante el status socio-económico, es decir la posición relativa que tenemos en la sociedad, respecto de los demás.

La desigualdad es entonces un tema fundamental e innatamente humana, no sólo para aquellos que sufren carencias económicas, sino también para gente con mejores condiciones económicas, por lo tanto, no se puede soslayar ésta variable cuando las labores involucren a seres humanos:

- Al diseñemos los incentivos en las oficinas.
- Al delinear programas sociales.
- Al educar a nuestros hijos.
- Al caer en la tentación de "mirar al costado", aún de reojo, "siempre el jardín del vecino se verá más verde".

Gonzalo Zegarra Mulanovich, analiza lo mencionado por el economista de moda, el francés Thomas Pikeyty , en su libro; "El capital en el siglo XXI".
http://semanaeconomica.com/article/economia/macroeconomia/137308-thomas-piketty-la-paradoja-peruana-que-desmiente-su-regla/

Thomas Piketty propone que en los últimos 200 años de capitalismo las tasas de retorno sobre el capital han sido siempre (excepto en períodos de guerra) mayores que el crecimiento de la economía. De lo anterior infiere que los capitalistas se apropian de una mayor parte de la riqueza así generada que el resto de personas (trabajadores). Concluye, por tanto, que el crecimiento capitalista genera indefectiblemente desigualdad.

"De lo que he leído, nadie parece cuestionar la constatación empírica de su investigación, es groseramente frívolo y sólo explicable por la falta de contacto con la auténtica miseria", por lo que generalizar sus tendencias a escala mundial, es falta de mayor análisis.

"Pero además hay que señalar que la regla que formula Piketty resulta –desde un punto de vista puramente descriptivo– falsa en su generalidad. Y la prueba está nada menos que en el Perú. En efecto, nuestro reciente crecimiento demuestra que el crecimiento capitalista no necesariamente genera desigualdad. Porque en el Perú no sólo se ha disminuido la pobreza absoluta, sino también –aunque más moderadamente– la desigualdad relativa", dice Gonzalo Zegarra.

De que falta mayor retorno, incentivos y políticas de estado, transformadas en infraestructura y/o servicio, es cierto, de que tenemos un cáncer socio-cultural llamado corrupción, también lo es.

Queda pendiente (y es un tema que continúa en debate) cómo combatirla.


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